La niña que no temió al hacha ni al clima
Santa Alberta fue una valiente joven que, con solo 12 años, se enfrentó a la persecución del emperador Diocleciano sin pestañear.La ejecución que no sucedió (gracias a una borrasca divina)
Santa Alberta fue arrestada en la ciudad de Agén (actualmente en Francia), allá por el año 303, cuando ser cristiano era más peligroso que discutir de política en la cena de Navidad.
El procónsul Daciano, en su afán de erradicar a los seguidores de Cristo, la sentenció a morir en la hoguera conjuntamente con sus hermanos Primo y Feliciano, además de San Caprasio. Pero Dios tenía otros planes. Justo cuando el fuego comenzaba a encenderse, una borrasca providencial apagó la hoguera de la injusticia. Como los verdugos eran gente práctica (y probablemente estaban empapados y frustrados), decidieron simplificar el asunto y optaron por la decapitación. De ese modo, con la frente en alto hasta el último momento, Santa Alberta selló su fe con sangre el día 20 de octubre del año 303, dos semanas después de que Santa Fe, su hermana, pereciera también martirizada.
Los martirios de aquel día inspiraron a los demás cristianos a mantenerse firmes, lo que provocó una estampida de romanos dispuestos a repartir pedradas y cuchillazos. El saldo fue una jornada sangrienta durante la cual los cristianos demostraron que preferían perder la cabeza (literalmente) antes que perder la fe.
Reliquias: el rompecabezas medieval
Siglos después, los restos de Santa Alberta fueron encontrados en la iglesia de San Pedro y San Febadio en Venerque. El descubrimiento fue casi un episodio de una novela de misterio ambientada en la Edad Media. Un perspicaz abad -de nombre Melet- notó que en un relicario había más huesos de los que correspondían a San Febadio. Tras excavar en viejas crónicas, concluyó que aquellos restos eran los de Santa Alberta, que habían estado allí desde el siglo XI. Esto nos enseña que, aunque pasen los siglos, la verdad siempre (bueno, no siempre, pero con frecuencia) sale a la luz... y que los monjes eran excelentes detectives sin los actuales motores de búsqueda.
En 1884, la historia tuvo un cierre conmovedor: el obispo de Rodez decidió reunir a las dos hermanas enviando una reliquia de Santa Fe a Venerque. Eso nos recuerda que el amor fraternal no tiene fecha de caducidad, ni siquiera después de mil años.
Lecciones de vida de Santa Alberta
1. Dios siempre tiene la última palabra. Los planes de las personas pueden ser muy elaborados, pero si Dios decide intervenir, puede apagar el fuego (literalmente). Como dice Proverbios 19,21: “Muchos son los planes en el corazón del hombre, pero el propósito del Señor prevalecerá”.
2. La valentía no tiene edad. Santa Alberta tenía 12 años y enfrentó la muerte con la certeza de que Cristo la esperaba. No subestimemos el poder de la fe en los más jóvenes. Ha sido dicho en 1 Timoteo 4,12: “Que nadie te menosprecie por ser joven, sino que los creyentes vean en ti un ejemplo en palabra, conducta, amor, fe y pureza”.
3. El bien sale frecuentemente a la luz. Sus restos fueron olvidados por siglos, pero finalmente fueron reconocidos. La verdad, por más oculta que esté, tarde o temprano brilla. Al respecto dice Lucas 8,17: “No hay nada oculto que no llegue a revelarse, ni nada escondido que no llegue a conocerse públicamente”.
Santa Alberta en la cultura y en la devoción
Su imagen posiblemente esté representada en el tímpano de la abadía de Santa Fe de Conques, en el cielo junto a Cristo, San Caprasio y Carlomagno (si vas a ir al cielo, que sea en buena compañía).
Se le celebra cada 11 de marzo. Como dice un dicho popular: “A la Santa Alberta, las ventanas grandes abiertas: el sol brilla y el verde resplandece, así que sal y descubre lo que Dios te ofrece”.
Por eso, si ese día el sol brilla y los árboles reverdecen, ya sabes que es un buen momento para dar gracias y salir a descubrir la belleza de la creación.
Santa Alberta, ruega por nosotros... y enséñanos a no temer a las tormentas ni a los verdugos, ya que Dios siempre tiene la última palabra.
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