"¡Culpable!"
Cuando ocurre un desastre natural, ¿le echas la culpa a Dios? ¡No serías tú solo! Hay quienes lo hacen más rápido de lo que tarda un rayo en caer sobre un árbol seco.
Ya seas creyente, escéptico o practicante de la religión de “yo me inventé la mía”, es tentador pensar que detrás de cada terremoto, huracán o tsunami hay una Mano Todopoderosa lanzando rayos como si fueran dardos en una noche aburrida. De algún modo, culpar a Dios da cierta paz mental, aunque suene contradictorio. Porque si Dios es quien manda todo esto, al menos alguien está al mando. Y uno puede pensar: “Bueno, tal vez esto es parte de un plan celestial que no entiendo... pero que al final será para bien”.
Pero… ¿y si no es culpa de Dios?
Aquí es donde a muchos se les cruzan los cables espirituales. Porque si no fue Dios quien desató esa inundación que convirtió tu sala en piscina, entonces… ¿quién está al mando? ¿Nadie? ¿Todo lo malo es solo una serie de accidentes aleatorios y crueles de la naturaleza?
Esa idea asusta. Porque si no hay un plan detrás de todo, ni una razón divina, entonces lo único que nos espera es una Tierra caprichosa con una Madre Naturaleza que parece tener mal genio y cero interés en nuestras vacaciones en la playa. Y ni hablar del sol, que algún día explotará y acabará con todo... (sí, eso es científicamente real; aunque no temas: falta muchísimo... por ahora).
📖 ¿Qué dice la Biblia sobre esto?
La Biblia no evade el tema del sufrimiento ni de los desastres naturales. De hecho, muchos personajes bíblicos vivieron situaciones peores que olvidar el paraguas en temporada de lluvias:
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Job, por ejemplo, perdió todo: casa, hijos, salud… y lo hizo sin haber pecado. Aun así, dijo: “El Señor dio, y el Señor quitó. ¡Bendito sea el nombre del Señor!” (Job 1,21). Una fe que ya quisiera uno el lunes por la mañana.
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Jesús mismo habló de tragedias naturales y humanas sin atribuirlas directamente al pecado de quienes las sufrían: “¿Piensan que aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé eran más culpables que los demás? No lo eran” (Lucas 13,4-5).
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San Pablo nos da una clave teológica: “La creación entera gime con dolores de parto” (Romanos 8,22). O sea, el mundo está en espera de redención, igual que nosotros. El mal y el dolor existen, sí, pero no tienen la última palabra.
🏛️ El terremoto que sacudió la teología
En 1755, un devastador terremoto destruyó Lisboa (Portugal), matando a decenas de miles de personas. Fue tan impactante que los filósofos de la época (incluyendo a Voltaire y Rousseau) comenzaron a preguntarse: “¿Dónde estaba Dios?”.
La ciudad era católica, llena de iglesias, y sin embargo fue arrasada. Muchos se lo tomaron como una señal de castigo divino, mientras que otros empezaron a cuestionar esa idea. ¿Por qué Dios permitiría semejante horror? ¿Era culpa de alguien? ¿O simplemente vivimos en un mundo en el que ocurren cosas malas y necesitamos fe para enfrentarlas?
La respuesta más profunda vino del pensamiento cristiano: Dios no quiere el mal, pero lo permite porque respeta nuestra libertad y la autonomía del mundo natural, que no está aún en su estado final. Lo que sí hace es acompañarnos en medio del desastre, como Jesús en la cruz.
📚 Dónde buscar (además de en la Biblia)
¿Quieres seguir profundizando sin que te caiga un rayo informativo encima? Aquí te dejo recursos que puedes encontrar online:
📖 Libros
🙌 Conclusión (sin terremotos)
Así que, ¿Dios tiene la culpa de los desastres? No. Pero tampoco es indiferente. Él está con nosotros, no contra nosotros. En medio del caos, su amor es el refugio más firme. Y como dice el Salmo 46,2: “Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza, siempre dispuesto a socorrernos en la angustia”.
Acuérdate, la próxima vez que tiemble la Tierra, que también tiembla el cielo con nuestras lágrimas.
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